Voy por el día 3 de la primera semana de The Presence Process (podés leer mi comienzo de viaje y el porqué acá) y me encuentro sorprendida con lo que encontré hasta ahora: estoy disfrutando y deseando incluso que llegue el momento de respirar en el día, algo que tuve que incorporar como práctica que realizo conscientemente, de manera circular y repitiendo el mantra que el libro nos ofrece como guía, a la mañana y a la noche.
No es la primera vez que leo, escucho o me encuentro de frente con el concepto de atravesar la resistencia o integrar la incomodidad como parte de la vida, pero la realidad es que contadas veces me había logrado rendir por completo ante la experiencia que tenía frente a mi. Por A o por B, lograba siempre encontrarme con una escapatoria, un hueco donde la mente podía perderse, evadirse, irse hacia el futuro o hacia el pasado.
Vivo en todos lados menos acá, básicamente. En mi caso, más que mirar para atrás estoy con binoculares imaginarios puestos 24/7: me voy al futuro y cuando digo que me voy al futuro es que hasta me pongo a pensar cómo voy a ser a los 80 años, qué flores voy a plantar, si voy a ser una señora bastante excéntrica plagada de arrugas y canas locas con un loro en el hombro o si me quedaría mejor un gato en el regazo. Realmente habito el país de la flasheada crónica gran parte del día.
Presencia, ¿qué es eso?
Todavía no lo sé.
Creo que es vital para el proceso el hecho de tener todas las redes sociales eliminadas de mi teléfono. Como parte de mi exploración del descanso, lo primero que hice fue despedirme de absolutamente todo lo que estaba usando como chupete al momento de sentir un poquito de ansiedad, miedo o incomodidad. Me encontré más de una vez en esta semana sin redes escribiendo “Instagram” en el buscador de apps de mi celular como un reflejo inconsciente, y obviamente al momento de registrar cómo había llegado ahí… había una incomodidad presente en el momento, una necesidad profunda de evasión, un dolor que estaba aflorando y una parte mía que estaba intentando empujarlo lo más al fondo posible dentro del cajón.
Las prácticas de respiración, que realmente me hicieron sentir que me prendía fuego en el día 1, al día 3 se sienten placenteras. Me pregunto si es que empecé a experimentar durante microsegundos la Presencia de la que habla el libro, y se abre así un nuevo interrogante hermoso: ¿hay gente que vive con este nivel de ESTAR sus días, todos los días?
Toda la vida pensé que nunca iba a poder experimentarlo porque a mí, como a muchxs, me pasó que el diagnóstico clínico de “Trastorno de Ansiedad Generalizada” se me grabó en la piel del alma como una marca que parecía imborrable. Es decir: es lo que SOS, sos ansiosa, bienvenida al club.
Nadie me explicó el porqué, por eso me volví una gran detective encontrándolo.
Parte de mi entendimiento de mi ansiedad llegó cuando empecé a explorar el mundo del trauma y cómo lo que mis padres hicieron y no hicieron en mi infancia afectó mi sistema nervioso. Realmente hubo una profunda liberación al comprender, desde la parte intelectual, que realmente no estaba fallada de fábrica como lo creí durante gran parte de mi vida (y tengo el recuerdo de tener 12 años y decirle a mi mamá “mamá, me hiciste con pocas ganas ¿no? porque me pasa de todo a mí”). La única realidad es que mi mamá hizo lo que pudo desde su propio trauma, y mucho de ese hacer lo que pudo tuvo un impacto profundo en el desarrollo de mi sistema nervioso desde el momento de mi gestación en útero que llevó a la sensación constante de estar en peligro, lo que obviamente me lleva a eyectarme del momento presente.
Estos son hechos, no opiniones. Sacarle el juicio a mi mamá, a mi papá, a la sociedad, a mi familia, fue una gran liberación de energía que transformó nuestro vínculo. Es la verdad, y sólo desde la verdad pude encontrar la fuerza para empezar a transformar eso que ERA.
Comprendo ahora que yo también hice lo que podía estos años y que todos estos mecanismos que suelen estar demonizados (como por ejemplo, tener el teléfono incrustado en mi mano) fueron adaptativos y fueron los que me permitieron a mí llegar entera hasta donde estoy hoy. Existir, básicamente, no es tan simple, y a veces eso que parece que nos hace mal nace desde un lugar que sólo busca preservar nuestra existencia, de la manera en la que sabe hacerlo.
También hay otra verdad: esos mecanismos adaptativos ya puedo soltarlos, porque sirvieron su propósito y los honro por eso, pero estoy encontrándome con una nueva manera de existir que está alineada con mis valores personales de HOY, la Nicole de 30 años con herramientas, no la Nicole de 8 completamente aterrorizada que dormía con la luz prendida porque no podía encontrarse ni un segundo con esa verdad que de día parece que se esconde, y que sólo es posible ver con claridad en la oscuridad.
Me encuentro con que es una nueva oportunidad el hecho de empezar a disfrutar lo que antes creía “odiar”, no solo la respiración de The Presence Process, también el hecho de estar ACÁ presente, escribiendo estas palabras, sin tener el 80% de mi cuerpo mental, emocional y astral metido en el futuro.
Creo que estoy en proceso de encontrarme con que puedo crear mi manera de Ser en este plano.
Disfrutando lo que odié, y aceptando el hecho de haberlo odiado, que eso también me salvó.