Siempre que observo lo que ha transformado mi vida encuentro el mismo patrón: arranco con algo que no sé para qué/por qué lo hago (pero lo hago igual, sin muchos cuestionamientos) y con el paso del tiempo logro hilar que tenía un motivo de ser mucho más profundo del que había imaginado inicialmente. Y llega la transformación.
Bueno, esta vez me pasó mucho más rápido de lo habitual: ya entiendo para qué nació este espacio en Substack que comencé hace días nada más. Para (entre otras cosas) registrar mi viaje en The Presence Process.
Como parte de mi formación con Gabor Maté se nos entregan recomendaciones de libros, autores, podcasts, videos… dentro de esa lista estaba, mencionado casi al pasar, The Presence Process de Michael Brown.
En este libro el autor explica algo que no es una novedad: muchas de nuestras emociones negativas se deben a experiencias del pasado que no hemos procesado correctamente y que se quedan atrapadas en nuestro subconsciente. Para superar estas emociones, el autor propone un proceso de 10 semanas que consiste en meditar, respirar profundamente por 15’ dos veces al día y comenzar el proceso de aceptar las emociones sin juzgarlas.
Parece una pavada y realmente más de lo mismo que leemos en ochenta mil sitios, Instagram, TikTok, videos de YouTube o podcasts…
No sé cómo explicarlo, quizás aún no están las palabras, pero este libro es diferente. Es diferente su frecuencia, la sintonía en la que entra mi cuerpo cuando lo leo… hay otra profundidad.
Primero, hay una introducción al proceso mega extensa (y bastante pesada) con palabras y frases bastante rebuscadas. No sé si tendrá que ver con poner un filtro al principio para ver quién se banca semejante despliegue, como la esfinge antes del tesoro, pero me costó BASTANTE atravesar el proceso de la previa. Ya eso me habló de los niveles de ansiedad que estoy manejando, que no puedo ni leer 78 páginas deseando llegar a la “acción”, como si la preparación al viaje no fuese igual (o más) importante que el viaje en sí.
Y llegamos a la parte del “hacer”. Hay una serie de casi 50 items de situaciones/eventualidades que pueden llegar a suceder en estas 10 semanas que comencé hoy. Leer los primeros 10 ya activó una parte dentro mío que dijo frases como “uf qué paja, ¿de verdad? ¿esto? ¿ahora? pero si ya lo sabés, no es nada nuevo, vas a perder el tiempo”. De nuevo: una indicación de que necesito, más que nunca, presencia en mi vida.
No voy a spoilear demasiado por si alguien más, en algún momento, desea hacer su propia experiencia.
Mi intención es registrar lo que se va moviendo a medida que voy explorando.
Por ahora, sólo puedo decir que los 15’ que pasé respirando (en una respiración circular) se sintieron como los 15’ más difíciles de mi vida. Quería irme (¿de dónde y a dónde?), salir corriendo, cambiar de identidad, no sé, lo que fuera con tal de no estar haciendo ESO. Con tal de no estar presente.
A lo largo de la respiración hay una especie de mantra para repetir que está ahí para traernos de nuevo al momento presente, vez tras vez. Y como este proceso se trata, justamente, de no juzgarme… me observé queriendo patalear, observé cómo empecé a odiar el mantra, observé cómo empecé a pensar que había algo mal en mi celular y que seguro el timer funcionaba mal porque CÓMO PUEDE SER QUE PASE TAN LENTO EL TIEMPO, observé mis manos, mis pies, como se sacudían (incluso cuando la invitación es, obviamente, a la quietud y calma), observé el fuego que me corría por los brazos.
Observé cómo hice lo que pude.
Que es, básicamente, lo que hago cada día de mi vida. Variable, flexible, humana.
Y es sólo el día 1.