Si conocés de cerca la complacencia como yo seguramente el título de esta entrada te haya dado urticaria. Te entiendo, porque a mí también me pasaba (¿o me sigue pasando?). Lo que vos y yo nunca aprendimos, y tal vez sea hora de aprender, es que “límites” y “amor” son sinónimos.
Pasé toda mi vida hasta ahora entendiendo. Entendiendo a mi mamá, y a su embarazo adolescente, y por ende, a sus limitaciones. Entendiendo a mis abuelos y su manera de dar amor a través de la exigencia. Entendiendo a mi papá y su nula capacidad para hacerse cargo de algo que no sea él mismo. Entendiendo, entendiendo, entendiendo. En mi búsqueda por entender me volqué a hacer terapia, porque me di cuenta de que si iba a contener el saber que haría que yo pudiese comprender a todo el mundo, necesitaba ampliar la vasija donde iba a contenerlo. Y eso, en lugar de hacerme libre, terminó encarcelándome más.
Cuando trabajás mucho en vos misma aparece esta cuestión tácita de “vos tenés camino recorrido, vos deberías poder entender porqué los demás son como son, aceptá, soltá, dejá ser”. Sí… y no. Porque el entendimiento sin límites desborda, y quien termina limpiando el desborde suele ser la persona que no lo provocó, la mayoría de las veces.
El límite es incómodo, porque si está asociada la idea de que el amor es condicional a la aceptación total de lo que venga, incluso cuando eso te rompe el corazón reiteradas veces, la sensación que aparece es la de “voy a morir en soledad, es mejor aguantar que expresar lo que siento”. La realidad es que la muerte lenta se produce cada vez que me abandono a mí misma en pos de no incomodar a alguien más.
Gabor Maté habla mucho de esto, de lo que sucede en la infancia cuando en pos de apego relegamos nuestra autenticidad. Es una característica de la persona que vive en estado de supervivencia: abandono lo que me hace ser yo, lo que requiero y necesito para desarrollarme correctamente para sostener el apego a alguien que, si bien no está ni cerca de darme lo que deseo o me nutre, al menos está. En otras palabras: mejor malo conocido que bueno por conocer. Nuestro sistema nervioso va a elegir siempre el infierno familiar antes que el cielo a descubrir… a menos que hagamos el trabajo consciente, y doloroso, de volver a entrenarnos para aprender que nuestras necesidades son válidas.
Ese es mi descubrimiento de esta semana. Los límites son una expresión de amor que no tiene muy buena prensa, pero que extremadamente necesaria. Si para amarnos tengo que desdibujarme, tengo por claro que eso no es amor. Si para tenerte en mi vida tengo que permitir que me claves una y otra vez un puñal, tengo por claro que eso no es amor. Y si para sostener nuestro vínculo tengo que vivir con la sensación de que no existo, tengo por muy claro que eso no es, ni será nunca, amor.
Que vivan los límites.
Hermoso hermoso hermoso hermoso 😍❤️🔥🥹 me interpela profundamente. Gracias hada de las palabras y de tocar el corazón
ME ENCANTÓ, justito ahí también aprendiendo a marcarlos y a darles forma.