Hola querido ser humano. Hace poco leí en algún lado que la única forma de saber que son seres humanos los que escriben y no IA es manteniendo los errores de tipeo y sintaxis, así que seguramente vayas a encontrar muchos de esos, porque decidí no hacerle más proofreading a lo que salga acá. Lo recibís como pasa de mi mente y mi corazón a mis dedos. Que lo disfrutes. O no. Da igual.
Por fin tengo un diagnóstico.
Hace más de un año estoy dando vueltas con médicos, ginecólogas, nutricionistas, terapeutas, lo que se te ocurra, porque yo sabía que había algo en mi cuerpo que no estaba funcionando bien y todo el sistema médico me daba un mismo diagnóstico: ansiedad.
No te voy a negar que soy una persona con una constitución de base ansiosa, un toque obsesiva, no llego a compulsiva, ya hice las paces con eso y de hecho es la chita que habita adentro mío y me ayuda a abrir camino - no quisiera erradicarla, es un gran regalo.
Pero esto no era ansiedad.
Hace algunas semanas estaba en sesión con Yae, mi nutricionista que más que una nutricionista se convirtió en un oráculo, y me encontré diciéndole: “no sé cómo más decírtelo, simplemente más allá de todo lo que entiendo que estoy pasando emocionalmente, sé que hay algo que no está bien”.
“Tu tiroides”. Así me mandó a sacar turno con un especialista, y a hacerme unos análisis para ya ir a la sesión con todo más o menos cocinado.
Ayer a la mañana entré a ese turno de Zoom con el especialista, honestamente preparada para que de nuevo alguien me diga que estaba ansiosa y que “algún adaptógeno seguro te va a ayudar, tenés que ir más tranqui, sos joven” pero para mi sorpresa el médico entró, miró mis análisis y simplemente me largó: “no me digas nada, yo te voy a decir algunos síntomas y vos me decís si los tenés ¿sí?”.
A los 10 minutos estaba llorando, pero esta vez de alivio.
Puede parecer una demencia estar feliz por tener un diagnóstico pero la realidad es que poder ponerle nombre a algo que estaba pasando adentro mío me abre la puerta a que pueda tomar los pasos necesarios para darle a mi cuerpo lo que necesita. Hay algo que se ordenó al poder nombrarlo. Sentí que se cerraba un capítulo para poder abrir otro.
Y después de esa sesión, siguieron 24 horas en la cama de fatiga, tristeza, angustia, duelo. Grieving, I am grieving. Estoy duelando, estoy doliendo. Estoy relajada también, por primera vez tal vez en mucho tiempo, porque no sólo que ahora sé, si no que también sé que yo siempre supe. Una vez más, la certeza de que con total seguridad puedo confiar en mí más que en cualquier otra persona, no importa el título que tenga o hace cuánto que estudie. Yo sé. Yo sabía.
Dentro de las cosas que tengo que hacer para acompañar a mi cuerpo en este movimiento de la autoinmune está la premisa de ralentizar en todo sentido y eso incluye al movimiento físico. No surf, no boxeo, no correr, no HIIT, no nada intenso (ja, sí, yo también me río cuando lo pienso). Suave. Suave. Suave. Así que mi compromiso conmigo es empezar y cerrar el día caminando, no importa cuánto tiempo. El que sea, el que pueda, pero hacerlo.
Hoy salí y decidí no escuchar la lista de siempre en Spotify, no quería irme a escenarios imaginarios del futuro, ni pensar cosas que me gustaría que pasen, quería escuchar a alguien - alguien de carne y hueso contándome visceralmente su historia de ir al infierno y volver. Hay muchas personas en el mundo para escuchar, pero la que a mí siempre me toca es Liz Gilbert. Y si está con Glennon Doyle, qué decirte, es como haber ganado la “lotería del soporte emocional del que está en Narnia”.
Pasaron no más de 5 minutos que Liz ya estaba diciendo algo que hizo que mis ojos se llenen de lágrimas en el medio de la costa, y me encontré lagrimeando entre los churros de Manolo, gente que caminaba de la mano, nenes llenos de arena y adolescentes hormonales persiguiéndose post playa: Abby mencionaba que ahora la gente la conocía más por el podcast We Can Do Hard Things que por haber sido la capitana de la selección de Estados Unidos, y Liz le contestó: “ah, sí, el segundo acto… y el tercero, y el cuarto, y…”.
Me quedé dura. Es impresionante cómo a veces otras personas pueden decir algo tan sutil que hace que adentro algo encaje, como si fuese la pieza del rompecabezas que faltaba: yo estoy empezando mi segundo acto.
Estoy empezando mi segundo acto ahora que tengo este diagnóstico y que llevo tres meses viviendo en Mar del Plata y que pude decirme a mi misma algunas verdades muy incómodas sobre lo que quiero para mi vida y que me animé a cerrar muchos vínculos y que pude decir que quiero perdonar algunas cosas (de los demás y de mi misma también) y que estoy recuperando la mitad de mi familia después de más de 30 años y que estoy viviendo sola por primera vez en mi vida y que ya no me escapo y salgo corriendo a viajar cada 15 días y que ahora decido yo de qué color es mi habitación y a qué hora se cena en esta casa y que ya no entra cualquier chabón random a mi casa por miedo a estar sola y que puedo mirar atrás y mientras digo “cómo pude soportar lo que soporté” también tengo mucha compasión por esa Nicole que se quedó cuando se debería haber ido.
Lo más revolucionario de esto es este pensamiento: TENGO DERECHO A TENER UN SEGUNDO ACTO, UN TERCERO, Y UN SÉPTIMO TAMBIÉN. Y QUE NO TENGAN NADA QUE VER ENTRE SÍ.
Todo lo que veo en redes sociales me hace pensar constantemente que debería ya tener las cosas resueltas, y comprarme la casa, tener los pibes, casarme, mostrarlo en redes, el negocio siempre estático, y abrir un haul de Sephora una vez por semana mientras tengo el culo por el cuello y viajo cada 3 meses - que tradi que se volvió mi generación al final. Por eso creo, y más que creo siento profundamente y más que nunca, que estamos entrando en una nueva era donde esta pantalla donde se proyecta esta vida ideal y perfecta empieza a craquelarse y cada vez más sentiremos tal vez lo que sentí yo hoy, esa sed profunda de conexión, de personas que sean perfectamente imperfectas y puedan contar las cosas terribles y maravillosas que les pasan por igual, y cómo la vida las revuelca, y cómo se caga de risa Dios cada vez que arman un plan.
Y también cada vez me convenzo más que este trend de la manifestación y el wellness y la mar en coche no es más que otra forma de buscar el control porque no confiamos en el pulso del alma que va al compás del pulso de la vida, y que las cosas duras no podremos evitarlas, y que en el gran esquema de la vida son profundamente necesarias, y que como decía Sábato al escritor le sirve más el sufrimiento que la alegría porque es más didáctico, y que las personas que más tienen para enseñarnos son las que dejaron atrás la necesidad de sostener la juventud para siempre y el envase perfecto y se enfocaron en pintar con todos los colores que les trajo su caja de lápices.
Acá empieza mi segundo acto, lo tengo claro. Pasé el interludio, se cortó la música, salieron de escena los actores, reacomodamos todo, me tomé un vaso de agua, suspiré, miré afuera, vi la sala llena, me cambié el disfraz.
Estoy lista.
Vuelvo a comenzar.