Tengo una historia de amor con la auto exigencia.
No es la historia de amor que me gustaría, claro está, pero es la que hay. O la que hubo hasta ahora, al menos. Es la que intento dejar atrás. Es la conocida. Es la que vino en mi software programada. Es la que tanto me cuesta desarticular.
Estoy en una temporada de las más incómodas: la temporada del medio. Ni. No hay nada pasando acá, nada pasando aún allá. No puedo sembrar más acá, no tengo los pies en la tierra de allá para hacer nada. Estoy inmóvil, inquieta pero inmóvil. A mi sistema no le gusta esto.
El vacío es el terreno fértil para que todo lo que busca nacer pueda hacerlo. Suena lindo como poster para la pared, suena menos delicioso cuando soy yo la que sostiene el vacío, cuando no sé qué es arriba, qué es abajo, qué es adelante y qué es atrás. Y especialmente cuando me castigo por no saberlo.
Me duele el cuerpo. Crecer duele. Se nos olvida. Tengo el recuerdo de ser adolescente y decirle a mi abuela que me dolían las piernas, “estás creciendo”. Growing pains, en inglés se usa más ese término que en español. El dolor que viene de la mano con expandirse.
Hablamos de expandirnos y no hablamos de lo que, indefectiblemente, tiene que estirarse para que podamos hacerlo. Del pánico de hacerlo diferente, de cómo reconfigurarnos en un nuevo escenario, de todos los recursos necesarios para poder hacerlo, de la energía puesta al servicio de algo, algo que aún no puedo nombrar pero que está ahí, latiendo, siento el magma bajo mis pies, es cuestión de tiempo para que pueda erupcionar.
Vuelvo a esta exigencia y me cuestiono. Cómo debería estar, cómo debería ser, cómo debería atravesarlo. Me castigo por ser tan ¿inquieta? ¿movediza? ¿nómade? ¿cambiante? Bah, por ser quien soy. Me gustaría ser aburrida. Me río mientras pasa ese pensamiento, no podría ni aunque quisiera, mi vida es una novela desde el momento en el que mis padres me concibieron.
Esto también forma parte, este tironeo interno, porque adentro también me estoy expandiendo. Me siento un chicle, soy flexible y de goma, siento todo y no siento nada, me disocio y lo hablo en terapia, lloro y estoy presente, veo ese dolor y lo abrazo, me pierdo scrolleando, me voy y vuelvo. Así las cosas.
No es momento de exigir, por más que así me salga. No es momento de pedirme más. No es momento de sembrar. No es momento de moverme. Es momento de armar una caja a la vez, organizar un pensamiento a la vez, sentir un dolor a la vez, hacer lo que puedo como puedo. Soy yo, conmigo, mi sostén, haciéndolo.
No hay armadura que no se disuelva con ternura. Mi mantra, otra vez.
Es esta ternura la que creé para contener a la exigencia.
El mérito es mío.
Y desde la ternura, construyo lo que vendrá.
Ahora el vacío no parece tan vacío: está lleno de mí.
Leo esto justo cuando lo necesitaba. ❤️🩹
Hermoso como siempre ❤️🔥