Volví a nadar.
Digo “volví” y no “empecé” porque de la natación es de los pocos deportes que no solo me gustan, sino que también soy algo “buena”. Cuando era chica mi abuela me llevaba al Club Barras (QEPD) en Carlos Paz y se tomaba un café mientras me esperaba a que yo me tire 150 veces de cabeza para perfeccionar la técnica frente a mi profesora, y lograba sacarme del agua infestada en cloro sólo cuando Nora me decía que tenía que irme porque estaba llegando el turno siguiente. Me despedía del agua con congoja, los ojos rojos por la cantidad de químicos del agua que se mezclaban con mis lágrimas, prometiendo volver. Cuando cerraron el club creo que sentí por primera vez lo que es un corazón roto.
El agua está presente en mi vida desde siempre. Jamás tuve problemas para que me metan de chica, ya sea pileta, mar o ducha. Uno de mis primeros videos de bebé me muestra a mi chapoteando feliz adentro de un flotador. Cuando vi la película “El Gran Pez” por primera vez lloré mares porque me sentí un poquito comprendida: funciono mucho mejor cuando estoy sumergida en algo - no por nada uno de los requisitos para que yo viva donde sea es que tenga bañera. Mis amigas le pusieron apodo a ese momento sagrado, y cuando mando audio desde ahí lo llaman “momento tina”. Quizás cuando me llegue la hora yo también me convierta en pez.
Abajo del agua pienso mejor que afuera. Por debajo de la superficie puedo ver lo que por arriba, con la presión del aire, me era imposible descifrar. Ayer me encontré contando historias, creando cuentos, pensando inicios de posts de Substack mientras iba y volvía recorriendo los 25 metros de la pileta del club. Hay algo mágico también de hacerlo con profesor, es una hora donde apago el cerebro y me entrego a lo que él me diga que tengo que hacer. No chisto, no refuto, no brindo otra manera posible de hacerlo: obedezco. Me pongo las antiparras y siento mi cuerpo fluir suavemente por el agua, sin competir con nadie, entregada a mi propio ritmo, a los latidos de mi corazón.
Quizás abajo del agua esté encontrando algo que dije esta semana en el curso Metamorfosis, una conclusión a la que llegué el año pasado con todo lo que viví: las personas que hemos sufrido trauma complejo muchas veces llamamos “identidad” a lo que en verdad es nuestra “personalidad de supervivencia”. Sé que entendés a lo que me refiero: todos esos aspectos de nuestro ser que en realidad tienen poco que ver con quienes somos y todo que ver con lo que tuvimos que hacer para mantenernos con vida.
Muchas veces pienso en eso y me veo a mi misma con una armadura destartalada, casi armada tipo patchwork, donde fui juntado pedazos de hojalata excesivamente oxidados del camino para protegerme y que nadie pueda llegar a lo profundo de mi corazón. Hay tanto óxido que mi piel va fundiéndose con el hierro, el acero y el metal, y cuesta ver dónde empiezo yo y donde termina mi armadura.
Vuelvo a la escena de estar nadando en esa pileta que por momentos parece infinita y veo cómo abajo del agua me hago blanda, me entrego, me muevo de formas que afuera no puedo - de hecho, ayer cuando salí de la pileta me sorprendí con lo mucho que pesaban mis piernas “¿cómo hago para vivir así todo el día y cuánto falta para poder vivir subacuáticamente?”. Y me sirve de metáfora, tal vez como me siento afuera es como se siente vivir con la coraza de la supervivencia, y como me siento adentro del agua es como se sentiría vivir desde mi corazón, desde la apertura de mi alma, desde mostrarle al mundo quien soy y sin tapujos.
Dudo que la existencia auténtica se sienta pesada, como si tuviera que empujarme para avanzar. Y sabiendo ahora que existe esta otra manera, ¿por qué no probarla? Aunque a veces sea extenuante, aunque necesito un mini respiro cada tanto, aunque me sube el ritmo cardíaco, aunque tengo momentos donde digo “no puedo más”… la liviandad, la fluidez, la soltura, la facilidad y la simpleza que encuentro ahí, quisiera poder encontrarla en todos los lugares de mi vida.
Podría haber resumido todo esto en palabras de una de mis autoras favoritas:
“I must be a mermaid, Rango. I have no fear of depths and a great fear of shallow living.”
―Anaïs Nin