Hace meses vengo trabajando en mi autoexigencia. Tengo una voz adentro que es, cuanto menos, tirana. Siempre que hablo de ella (o, mejor dicho, como ella) en terapia sale instintivamente un reflejo que me hace fruncir el entrecejo y apuntar amenazadoramente con el dedo índice. Es una parte mía que en verdad no es mía, es adquirida del entorno, y a la que le gusta MUCHÍSIMO retarme. Te imaginarás lo agotadora que es - seguramente porque vos también la tengas, a tu manera y a tu forma, adentro.
Entiendo, después de mucho tiempo de estudio y trabajo personal, que es una voz que adopté de una manera adaptativa y que en algún momento cumplió una función extremadamente necesaria. También sé que es su forma de darme “amor” recordarme constantemente que podría haber hecho más, que lo que logré es lo mínimo que se espera de mí, que todavía no soy mi mejor versión (Dios, esa frase, me da escalofríos de sólo escribirla) y que hay gente más joven haciendo cosas más grandiosas así que ¡metele, eh! no vaya a ser que se te sigan pasando los trenes.
Cuando era chica cualquier logro era recibido con… básicamente, la nada misma. “Siempre supimos que sos muy inteligente, ¿qué otra cosa podemos esperar de vos?”. Lo mínimo. Cada hito alcanzado, cada felicitación que traía del colegio, cada vez que alguien externo al núcleo familiar destacaba algo de mi eso puertas adentro era transformado en un encogerse de hombros y decir “y sí, no es nada nuevo”. Tener constantemente una vara que se eleva cada vez más hace estragos no sólo en la psiquis si no también en el alma de una persona. Desarrollás un hambre voraz por ser extraordinaria, sin saber que el más grande spoiler es que todos lo somos, y al mismo tiempo nadie lo es. Es como estar fuera de un chiste que todo el mundo sabe y nadie te había contado el final: no existe una vara porque el movimiento oscilatorio de tu vida es sólo tuyo, y al final del día, sólo te encontrás con vos tratando de que tus decisiones tengan la mayor cantidad de alma posible.
Se agrega a esa base que ser mujer en esta era es desgastante, y creo que me estoy quedando corta usando esa palabra. Realmente considero que no estamos hechos como seres humanos para consumir la cantidad de contenido que consumimos diariamente, ni qué hablar de ver la cantidad de personas que vemos a través de una pantalla todos los días. Creo que el tema que se nos olvida demasiado seguido es justamente ese: las vemos a través de una pantalla. Vemos recortes. Vemos fragmentos. Nunca vemos el enchastre, que es para mí lo más interesante de una persona. Vemos solamente lo que se transforma en combustible para fogonear nuestra voz autoexigente. Se nos pide y exige que no sólo seamos lindas según los estándares de la sociedad, tengamos buen culo, el pelo bien peinado, la piel glowy (o matte, sea cual sea la tendencia del momento), la ropa cool pero exclusiva, la mascota perfecta que sea cute para redes, la pareja ideal que sea proveedora pero soft al mismo tiempo y organice roadtrips donde se filme content 2 veces al mes, además de que tenemos que ser inteligentes, elocuentes, divertidas, graciosas pero no más que un hombre, tengamos un gran grupo de amigas, una carrera profesional exitosa - pero de nuevo, no más exitosa que la de un hombre, todo esto mientras la casa está impecable, manteniendo tu régimen de meditación todas las mañanas, donde salgas a correr todos los días, recordá sanar los traumas tuyos y de todo tu linaje, mantené la energía femenina y no seas demasiado masculina porque así nadie te va a querer ¡y no te olvides de seguir sincronizándolo todo a tu ciclo menstrual!
Ugh. Agota. Y creo que me olvidé la mitad de las cosas que leo todos los días. Pero de nuevo, lo más triste de todo esto, es que en el proceso de hacerlo hay que ser pulcras. Casi antisépticas. Más impolutas que una sala de operaciones antes de un procedimiento. Nada fuera de lugar. Todo cronometrado, milimétricamente apoyado, perfectamente orquestado, que todo pueda ser una foto que se pueda tomar en cualquier momento. PERFECT, JUST PERFECT.
Ayer subí una story mostrando cómo me quedó una parte del buzo después de escribir un par de páginas del libro que me están desgarrando el corazón y
me contestó:“el teclado de un escritor que se compromete con su obra está manchado de fluidos: lágrimas, baba, moco, semen… bueno, en nuestro caso flujo, pero ya entendés a lo que voy. Eso es poner el cuerpo en la escritura, es lograr salir de escribir sólo con la mente y escribir con todo nuestro ser”.
Es poética hasta por Instagram Kari, qué puedo decir. Pero me trae de nuevo, una y otra vez, a esta idea que quiero dejar plasmada hoy: ninguna de las cosas verdaderamente espectaculares de la vida suceden sin un enchastre, y de eso estoy convencida.
Pensá en el primer beso que te diste y cómo seguramente terminaste con la cara llena de baba. Pensá en comer un buen guiso en invierno y cómo te chorreás de tuco todo el sweater. Pensá en prender un fueguito y cómo terminás con la cara repleta de cenizas. Pensá en coger, pero no en el coger metódico, el coger que deja la cama deshecha llena de sudor y la respiración entrecortada. Pensá en cocinar una receta por primera vez y en cómo deja la cocina. Pensá en un parto y cómo salimos del interior de nuestras madres. Pensá en las veces que te rompieron el corazón y cómo tus lagrimas se mezclaron con baba y moco. Pensá en las veces que te hiciste milanesa a la vera del río o al lado del mar. Pensá en un helado de crema en el día más caluroso del verano y en cómo te quedan las manos. Pensá en la mejor sesión de ejercicio donde exorcizaste todos tus males. Pensá en esa noche pasada de copas con tus amigas que brindaste 300 veces y cómo quedó tu vestido.
Esas cosas, esos momentos, esas sensaciones, esos instantes no son antisépticos, ni posados, ni forzados, ni perfectos. El pelo no está en su lugar, la risa está desencajada, no hay espacio para pensar en lo que están pensando otras personas, no estás metiendo la panza, la ropa está desacomodada, no podés armar la escena y si quisieras hacerlo no saldría igual. Hay una cuota de espontaneidad, de liviandad, de ligereza y de desparpajo que las redes sociales no muestran porque justamente en esos momentos - los más espectaculares - no estamos pensando en redes sociales, estamos viviéndolos.
Creo que con esto quiero decir que seguir comparándonos, comprando recetas, queriendo ser algo que no somos sólo porque Pirula me puede dar el plan para que el culo me quede duro como una roca en un mes o Juanita tiene la receta a solucionar todos mis males adentro de una ceremonia que salió de su cabeza o Sandra me puede decir cómo puedo copiar exactamente su casa para que me haga feliz no son más que otra forma de seguir alimentando la autoexigencia.
Y estoy cada vez más segura de que a la autoexigencia se la suaviza y calma con el ridículo, la presencia, lo espontáneo y lo creativo. Lo opuesto a lo que pide, porque pobre, no sabe cómo pedirlo, tal vez ni siquiera sepa que es posible vivir así.
¿La buena noticia? Para lograr eso no tenés más que estar con los ojos bien abiertos en tu vida saboreando cada momento, afortunadamente.
Qué importante que alguien abra este nivel de conversación: profunda, honda, por momentos incómoda, pero por eso transformadora. Abrazo enchastrado, Nico. Que sigan corriendo esos ríos creativos…
Hermoso Nico , una vez más .. Gracias 💛🫂✨