A fines de 2023 pasé por uno de los momentos más desafiantes de mi vida adulta. Absolutamente todo se derrumbó a mi alrededor, incluyendo en ese "todo" a mi salud mental. Recuerdo esos días como oscuros, tristes, de confusión total. En medio del calor abrasador del verano, había en mí un color gris que nada transformaba. Estaba desabastecida interiormente, agotada mentalmente, asustada y completamente amorfa.
En una de las crisis de pánico que solían atraparme en ese momento, pedí ayuda a mi exnovio, con quien todavía convivía. Me veo sentada en el sillón gris de nuestro living, hecha un bollo, abrazando mis rodillas, pidiéndole que se quedara un rato más antes de que saliera a bailar. Le dije que necesitaba soporte, que tenía miedo. Él me miró desde arriba, con los brazos cruzados y los ojos entrecerrados:
—Este no es mi problema. Nadie te puede ayudar. Vos te tenés que ayudar sola. Cada uno tiene sus temas, este es el tuyo, no tiene nada que ver conmigo.
Todavía escribirlo se siente como un cuchillo en el corazón. No necesariamente por él, el vínculo estaba muerto y lo único que hacíamos era bailar malambo alrededor del ataúd, sino porque, para una persona que aprendió desde chica que tiene que poder con todo, ser fuerte, nunca derrumbarse y nunca molestar con sus problemas, el hecho de haber podido pedir ayuda, de expresar una necesidad, era algo meritorio de una medalla. Nadie me la dio.
Se fue, y lloré. Lloré con la angustia de 31 años de sentir esa profunda soledad, y al mismo tiempo con el anhelo de dejar de tener que poder con todo sola. Ya había demostrado que podía, ¿no era eso suficiente? ¿Tenía que seguir sosteniendo esa fachada? ¿Cuándo era mi momento de recibir ayuda? Afortunadamente, todas las formaciones que hice en trauma emocional salieron al rescate de mi psiquis y, especialmente, de mi corazón: No es cierto, Nico. Nadie se salva solo. La necesidad de conexión es la principal de todos los seres humanos, y de los mamíferos en general.
No recuerdo bien cómo pasé la noche, pero sí me acuerdo de entrar a la sesión de terapia al día siguiente y contarle a mi psicóloga toda la escena. Todavía puedo ver su cara: una mezcla de shock, disgusto, tristeza y compasión. Es la cara que todas las personas que hemos estado en relaciones donde existe violencia de cualquier índole conocemos bien. Es la cara de alguien que no sabe cómo tirarte un salvavidas para que salgas de ahí. Lo único que yo quería en esa sesión era que ella me confirmara que mi voz interior estaba en lo cierto, que yo no hacía mal en pedir ayuda, en pedir soporte, en pedir nutrición en un momento de vulnerabilidad. Adiviná qué me dijo ella.
Estamos bombardeados constantemente de mensajes que nos invitan a meternos de lleno en una cultura hiperindividualista, donde si algo no te sale es porque no lo manifestaste lo suficiente, donde si no podés con todo sos débil, donde absolutamente todo en la vida se trata de fuerza de voluntad, sacrificio, ser mejor que los demás y no mirar hacia el costado.
Tengo una empresa donde mi misión es desbaratar esta idea. Y, aún así, día tras día lo veo en mí, en mis amigas, en mi círculo extendido y en todas las personas a las que doy clases: estamos sosteniendo una máscara pesadísima de personas que pueden con el peso de existir, cuando lo único que queremos es que alguien nos haga a upa y nos acaricie, cantándonos suavemente al oído que todo va a estar bien. ¿Y quién podría culparnos por querer eso?
No estamos diseñados para sostener las cargas de existir a solas. Evolutivamente, desde siempre, hemos existido y subsistido por el poder de la tribu. En tiempos de antaño, los hijos no eran solo de la pareja, eran hijos de la tribu, criados en manada. El peso de las tareas del hogar, de los dolores y entreveros de ser humanos, de salir a buscar comida y de la necesidad de conexión era repartido y sostenido por igual entre todos los habitantes del espacio, sabiendo que a veces nuestras manos pueden soportar más y a veces nuestras manos pueden soportar menos. Es la forma en la que nuestro sistema nervioso funcionó hasta no hace tanto tiempo. Y esta supuesta "evolución" de la que tanto hablamos, donde ahora parece que podemos más que nunca antes en la historia de la Tierra, no hace más que demostrarnos que tal vez mentalmente podamos actuar como que sí, pero tarde o temprano nuestros cuerpos pasan factura.
Nadie se salva solo. Necesitamos contacto físico, necesitamos caricias, necesitamos compasión, necesitamos palabras de amor, necesitamos risas, necesitamos airear nuestro mundo interior, necesitamos que nos vean y ver profundamente a los demás.
Hace poco vino una amiga a casa y la encontré queriendo esconder sus lágrimas. Pude ver en ella lo que veo en mí: el cansancio, el peso de tener que soportar la vida adulta, sus complejidades, completamente a solas, y también la obligación de “tener que poder”, porque así hemos aprendido, porque eso es la “fortaleza”, porque sino ¿qué dice de mi que no pueda? Simplemente me acerqué y nos abrazamos, y le dije lo que yo también necesito escuchar: todo, todo va a estar bien, no estás sola, a mí me pesa lo mismo que te pesa a vos. Carguémoslo juntas.
El slogan de que "todo lo podemos" y de "enfocarnos en ser nuestra mejor versión" lo único que hace es ponernos presión por ser robots: facturar, hacer ejercicio, meditar, estudiar, generar, con el cuerpo esbelto y torneado, con el pelo teñido, con las uñas hechas, con viajes al exterior, con la casa impoluta, con el último auto, y siempre pero siempre MEJORÁNDONOS. La búsqueda constante de la autosuperación, muchas veces promocionada desde el lugar de COMPETIR con otra persona, de ganarle, de ir más rápido, de llegar primero... ¿qué espacio deja para la conexión?
La conexión implica vulnerabilidad, implica lentitud, implica presencia, implica reconocerme a mí misma en tu ser y que vos puedas hacer lo mismo conmigo. Y es lo que nos salva. Creo que lo más poderoso que sucede en mis cursos pasa en los primeros 30 minutos, cuando personas completamente desconocidas exponen sus miedos, sus angustias, sus anhelos y sus dificultades con total honestidad, sin tapujos. Esa exposición les permite encontrarse en otras personas: la carga no es tan pesada, a vos también te está pasando lo mismo que a mí, estamos juntos en esto.
Creo que es hora de tomar como bandera la idea de que si bien somos responsables de nuestro ser, también somos responsables de recordar nuestra naturaleza. Y nuestra naturaleza pide conexión.
Cuando venís a mi jardín y regás con tu agua y tu fertilizante, mis flores crecen más fuertes, se sienten vistas, se sienten admiradas, se sienten amadas.
Nadie se salva solo. Y aunque pudiéramos hacerlo, ¿realmente querríamos?
Me alegra ver que todavía queda gente que entiende que el ser humano es un ser social y debe ser empático y solidario, no sólo por el otro sinó por uno mismo. La cultura del indivualismo y del sálvese quien pueda está en boga pero está en nosotros hacer que eso quede como una anécdota en nuestra historia. Es hermoso ayudar y es sano pedir ayuda.
Lo que dijo tu expareja es lo que dice alguien sin capacidad de amar a nadie. Demostró que nunca lo hizo, y que al principio de la relación simuló hacerlo, como suele hacer la gente que después lo describen como "amor que termina o que muere". Las relaciones de pareja son condicionales, basadas en el interés propio. No se le pueden pedir peras al olmo.
Me satisface leer que saliste de aquello.
Saludos.