“¡Qué miedosa que sos, Nicole!”
Desde que tengo uso de razón escucho esa frase. Miedosa, cuánto miedo tenés, ¿todo te da miedo a vos?, es que no te animás, sos terrible con esos miedos que vas cargando…
Me lo creí. Y empecé a hacerlo parte de mi personalidad, “¿yo? ¿hacer eso? jajaja, no, es que soy miedosa, yo no”.
Así, mis miedos de chica a los tornados, a tener un infarto, a que algo me dé alergia, a las olas muy fuertes, a que se me quede atragantado algo en la garganta, a correr con un chupetín, a que me pique una araña invisible, a la oscuridad (y la lista sigue) fueron mutando en otros miedos más grandes como el miedo a quedarme sola, a que me rechacen, a perderlo todo, a fundirme, a fracasar.
¿Te suenan?
Y como digo siempre: como hago algo, hago todo. Es obvio que si vivo con miedos micro, “mieditos”, voy a estar abriendo la puerta a miedos macro, “miedotes”.
Lo que yo no sabía, además de que podía elegir dejar de ser la que interpretaba el papel de la miedosa - como la nena de TikTok que evidentemente la tiene mucho más clara que yo y logró transformar ser la miedosa en algo fantástico en meses, cosa que a mí me tomó años… es que esos miedos no eran tan solo miedos, eran mecanismos adaptativos. Eran mis grandes protectores, mis guardianes personales, que yo misma me creé porque no había espacio para que me protejan a mí en mi vida cuando era chica. Mi mamá estaba haciendo lo mejor que podía creciendo, el trauma de mi familia ocupaba todo el espacio, mi papá hacía también malabares con su historia personal de violencia y dolor… así que creé mis guerreros.
Mis miedos eran y son los que se ponen al frente de mi castillo y dicen “no pasarás”. El tema es que, muchas veces, tampoco me dejaban salir a mi del castillo. Y me volvía la princesa mirando desde arriba como todos la pasaban bien, menos yo, que estaba encerrada en la torre. Así también pasé años de mi vida creyendo que tenía que esperar que llegase un alguien (porque no era solo una pareja, a veces también esperaba a mi mamá, un terapeuta, un ángel, un chancho alado me hubiese servido si te soy sincera, cualquier cosa), ese ser que estuviese ahí para rescatarme.
SPOILER que ya sabés, me rescaté sola.
Pero no fue a los garrotazos limpios con mis miedos, porque cuanto más firme me ponía yo, cuanto más quería limpiarlos, más se organizaban entre ellos. Entonces el miedo a morir se daba la mano con el miedo a quedarme sola y ese se abrazaba con el miedo a fundirme, armaban una barrera, y por más que tirara con todo lo que tenía… terminaba exhausta, subiendo de nuevo a mi torre, desesperanzada, enojada, frustrada.
Decidí invitarlos a charlar, y en vez de charlar, los puse a divertirse. ¿Qué les parece si probamos esto? ¿Y si hacemos esto otro? ¿Y si nos reímos un rato? ¿Y si nos relajamos un poquito? ¿Y si abrimos las puertas? ¿Y si va entrando esta persona? ¿Y si yo salgo un ratito y vuelvo sana y salva? ¿Les parece bien? ¿Nos amigamos un poco con el mundo exterior?
En la práctica esto se vio como muchísima prueba y error de terapia psicológica, viajes, terapia somática, respiración, charlas difíciles, movimientos espiralados, pero sobretodo CURIOSIDAD. ¿Qué estamos guardando en la torre, realmente?
Este mes surfeando ha sido una gran celebración con mis miedos. Cuando me subo a la tabla, viene una ola de frente, y sé que va a romperme encima respiro con el poco aire que mi cuerpo deja entrar y sé que abajo del agua no estoy sola: mis miedos están conmigo
.
Lo que cambió en el proceso es que también se están divirtiendo.
Te prometo que vos también podés, a tu manera, divertirte con tus miedos. Aunque hoy no lo creas, cuando menos te des cuenta, vas a estar bailando malambo arriba de una mesa con ellos.
Porque el otro spoiler es este: ellos también quieren pasarla bien, y también están agotados de su rol de ser los malos. Cuando dejás de oponerles resistencia, se hacen chiquitos. Los podés abrazar. No son ogros enormes.
Y los llevás con vos, como recordatorio de que tuviste la potencia para amigarte con ellos. Y eso jamás nadie te lo va a poder sacar.