Habían escombros, tierra, barro, piezas de arte rotas, recuerdos perdidos, agua infiltrada, humedad, hongos, pequeños incendios aquí y allá que no terminaban de apagarse… caminar por ese espacio formulaba una sola pregunta que me hacía continuamente y era ¿qué puede haber pasado acá como para que esto termine así? Ni yo lo sabía.
He pasado el último año y medio rearmando mi santuario interior.
Pienso en mis pisadas en ese espacio y siento una profunda tristeza. La desesperanza, el miedo, la sensación de estar bajo ataque, el bombardeo constante, no poder respirar por el polvo, e incluso los momentos de calma donde el sol lograba pasar entre la tierra arremolinada en el aire se sentían aterrorizantes porque sólo eran indicador de que en cualquier momento otra bomba iba a caer y algo más se iba a destruir.
Traté, como pude, durante ese tiempo de proteger lo más preciado que tengo que habita en ese santuario: mi corazón. Por momentos me doblé encima suyo, le pedí que se haga cada vez más chico, que sea casi imperceptible, que lata lento, que no llame demasiado la intención. Dejé que las bombas cayeran sobre otros objetos del santuario que, si bien sería triste verlos partirse, consideré que era más fácil reconstruirlos. Pero ¿el núcleo de mi corazón? No tenía las instrucciones para rearmar eso.
¿Qué puede haber pasado acá como para que esto termine así?
Hoy lo sé.
La falta de límites pasó.
La compasión pasó.
La culpa pasó.
El miedo pasó.
Todo eso junto es un combo explosivo que destruye cualquier santuario, no importa cuán blindado esté - y ese es otro punto en el que me detengo, no quiero estar blindada a la vida, quiero ser selectiva. Eso es lo que estoy aprendiendo.
Pasé más de 15 meses rearmándome, reacomodándome, reconstruyendome, esta vez peldaño a peldaño, ladrillo a ladrillo y lágrima a lágrima. Hoy reconozco el esfuerzo que ha sido poder, de una vez por todas, volver a ser yo. No tener que proteger mi corazón, no dejar entrar a cualquiera a mi espacio, ser un poco menos empatica si esa empatía implica abandonarme a mi misma en el proceso.
No cualquiera puede entrar a mi santuario con los pies llenos de barro porque he hecho una curaduría muy especial de objetos a lo largo de los años y algunos son irremplazables. No cualquiera puede entrar a mi santuario con los pies llenos de barro porque he elegido cada mueble con profundo amor y devoción por los materiales utilizados y hay que cuidarlos. No cualquiera puede entrar a mi santuario con los pies llenos de barro porque el arte que está en las paredes es preciado para mí, y muchos de los cuadros los he hecho yo misma. No cualquiera puede entrar a mi santuario con los pies llenos de barro porque es el lugar a donde me retiro para reencontrarme conmigo, y no todo el mundo merece entrar a ese lugar. No cualquiera puede entrar a mi santuario con los pies llenos de barro porque es un lugar creado para personas con una percepción sensorial muy particular, y sólo el que aprecia una obra de arte por la complejidad que contiene tiene la sensibilidad como para valorar lo que en ese espacio habita.
¿Quién entra y cómo entran a tu santuario interior? Es una pregunta que te dejo para que reflexiones, la misma que estoy trabajando yo en mis espacios terapéuticos. Nuestros SÍ valen en contraposición a nuestros NO. Si todo el mundo tiene acceso, entra y hace lo que quiere, ¿qué tan valioso es ese espacio? ¿no será que de repente puede ser tomado por sentado?
Nuestro santuario es un espacio sagrado. No se trata de blindarlo, sino de honrarlo. ¿Quién tiene el privilegio de entrar? ¿Y cómo te asegurás de que dejen sus botas llenas de barro en la puerta?
¿Cómo dejarme tocar sin perderme?
Santuario, límites, barro, reconstrucción...palabras que me llevo de aquí ♥️